Formación

viernes, 8 de junio de 2007

Maranatha

Maranatha es una palabra aramea (el idioma que Jesús hablaba) que significa “Ven, Señor.” Se encuentra en las Escrituras y es una de las primeras oraciones de la tradición Cristiana.Integra esta palabra sagrada en tu vida, en todos tus actos y deja que ella te conduzca al Señor, a estar cara a cara con El, a ser en su presencia. Todo lo demás se te dará por añadidura.La escencia y el arte de la Meditación Cristiana está en simplemente aprender a decir la palabra, recitarla, resonarla, repetirla, desde el principio hasta el fín. Es muy sencillo: ¨Ma-ra-na-tha¨, cuatro sílabas igualmente acentuadas. Y esto es todo lo que necesitas para aprender a meditar. Tienes tu palabra sagrada, repite tu palabra y permanece quieto. Medita todos los días de tu vida, 30 minutos en la mañana y 30 minutos en la noche. El propósito de la Meditación Cristiana es llegar a tu centro. En muchas tradiciones, la meditación se define como una peregrinación, a tu centro, a tu corazón. Es ahí donde aprendes a permanecer despierto, alerta y tranquilo. Lo que aprenderás al meditar es que al estar en tu centro, estás con Dios.

lunes, 4 de junio de 2007

Taller de Discernimiento Espiritual

por Fray Nelson


1. Introducción
2. Discernimiento en la Biblia
3. Preguntas fundamentales de la Iglesia Primitiva
4. Cinco Criterios Generales
5. Cuestiones particulares

http://fraynelson.com/imprenta/Taller_de_Discernimiento_carta.pdf

Confesarse ¿Por qué?

La Reconciliación y la Belleza de Dios

por Bruno Forte, arzobispo de hieti-Vasto (Italia) arta para el año pastoral 2005-2006

Tratemos de comprender juntos qué es la confesió : si lo comprendes verdaderamente, con la mente y con el corazón , sentirás la necesidad y la alegría de hacer experiencia de este encuentro, en el que Dios, dándote su perdón mediante el ministro de la Iglesia, crea en ti un corazón nuevo, pone en ti un Espíritu nuevo, para que puedas vivir una existencia reconciliada con Él, contigo mismo y con los demás, llegando a ser tú también capaz de perdonar y amar,
más allá de cualquier tentación de desconfianza y cansancio.

La pedagogía de la oración ignaciana


Nada más lejos de la verdad el pensar que Ignacio escribe el libro de los Ejercicios “ex nihilo”, como si fuera el inventor o creador único de todo en lo que él aparece. Muy al contrario. Ignacio es deudor de una larga Tradición en todo lo que se refiere a aquellos elementos que le configuran: modos de orar, discernimiento de espíritus, devoción a la humanidad de Cristo, distribución por semanas… Pero la genialidad de Ignacio consistió en dar a esa gran herencia recibida de la Tradición un toque personal, fruto de su propia experiencia y enfoque de las cosas de tal manera que deja en cada una de ellas una impronta muy particular que las configura con una aire auténticamente ignaciano.


Y si eso se puede afirmar de muchas de las piezas que componen el puzzle del libro de los Ejercicios, un ejemplo típico lo encontramos en la que constituye uno de los “ejercicios” fundamentales de los mismos, que no es otro que el de la oración. A través de la obra del abad García de Cisneros conoció Ignacio la práctica de la “oración mental” y “metódica” de la Devotio Moderna, que dio lugar a la “Lectio Divina” propia de los monjes. De ahí que abunden por todas partes los estudios comparativos entre los cuatro momentos –lectura-meditación-oración-contemplación- de la Lectio Divina y el lenguaje y enfoque con que se presentan en el libro de los Ejercicios.


Desde ese influjo de fondo, Ignacio va a distinguir netamente dos tipos de oración: la meditación y la contemplación. Cada una tiene sus matices propios. La meditación (y su equivalente más cercano, la “consideración”) es más activo-reflexiva y la sitúa en la materia que no son pasajes evangélicos y es más propia –aunque no exclusiva- de la Primera Semana, dedicada a la meditació sobre el pecado. La segunda es más pasivo-receptiva y la sitúa a lo largo de la Segunda, Tercera y Cuarta Semana en las que se contempla la vida de Cristo. El paso de una a otra supone un enfoque progresivo a través del cual el ejercitante irá pasando de una experiencia más centrada en sí mismo (con el esfuerzo propio del que “medita” con todas sus “potencias” –memoria-entendimiento-voluntad-, a otra más centrada en el objeto mismo de toda oración –Dios, a través de los misterios de la vida de Cristo- destacándose así el elemento más pasivo de la misma. Paso, en definitiva, de una experiencia más bien de tintes ascéticos (meditaciones), a otra más decididamente mística (contemplaciones).


Pero en ambas claves o modos de orar destaca con fuerza un rasgo característico de la pedagogía ignaciana de la oración que no es otro que su fuerte dosis de personalización. En contraste con los elementos que recibe Ignacio de la Tradición que van más bien enfocados a las características propias de la vida monástica (coro y su distribución por días…), en los Ejercicios quedan todos ellos concentrados en la persona que los hace, y condensados en el tiempo de un mes. Tiempo –semanas- que van marcando un itinerario que avanza no linealmente, sino en espiral, donde cada ejercicio le ayuda a ir perforando cada vez más el nivel de profundidad al que todos apuntan y que no es otro que el “conocimiento interno” de Cristo que “por mi” se ha hecho hombre, ha vivido, ha muerto y ha resucitado


Hacia este objetivo van dirigidas las orientaciones tan precisas –y hasta minuciosas- con las que Ignacio enmarca no sólo el tiempo de cada meditación y contemplación (oración preparatoria, preámbulos: traer la historia, composición viendo el lugar, petición, puntos, coloquios…), sino el tiempo exterior a las mismas –anotaciones, adiciones…- como ayudas necesarias para que el ejercitante esté en todo momento con todos sus poros bien abiertos para dejarse impregnar más y más de aquello que medita o contempla. De ahí la insistencia en el reposo, sin querer saber mucho o abarcar mucha materia sino “sentir y gustar de las cosas internamente” (nº 2); de ahí los ejercicios de repetición basados en las reminiscencias que cada meditación o contemplación va dejando en el alma del ejercitante; de ahí la tan traída y llevada “aplicación de sentidos” (nn. 121-125). Todo ello con una única pretensión pedagógica que consiste en que sea todo el ser del ejercitante –principalmente sus afectos y su corazón- el que quede impregnado y moldeado por aquello que medita y contempla.


Sólo con esta finalidad personalizadora presenta Ignacio cada día, y todos los días, de un modo perfectamente organizado, sin dejar casi nada al azar, aunque, por esa misma atención a cada persona y a sus capacidades reales, le recuerde al que los da que tenga toda la flexibilidad posible para adaptarlos a cada una de ellas. Rigor y flexibilidad al servicio del que los hace hasta que éste, a medida que avanza en la experiencia, vaya necesitando cada vez menos de dichas orientaciones y apoyaturas externas.


Fuente: Jesuitas de España

La importancia del discernimiento


Hay quienes piensan que hacer los Ejercicios ignacianos consiste, fundamentalmente, en incrementar el tiempo de oración –cuatro o cinco horas diarias- para ponerse de nuevo al día en una experiencia cristiana que juzgan fundamental y que por el ajetreo de la vida suele oxidarse y desgastarse fácilmente. El deseo no es malo, pero es insuficiente, pues entrar en la dinámica de los ejercicios es, sobre todo, dejar pasar la experiencia de oración por la criba del discernimiento. Tan ignaciano es este ejercicio del discernimiento que algún autor le ha apellidado, por eso, con el título de “maestro de la sospecha”. Pues por ahí, al menos, empieza el discernimiento, por la capacidad de sospechar que no todo es como parece a primera vista, sino que toda experiencia –y más aún en la vida espiritual- es compleja y necesitada de clarificación y, por tanto, de discernimiento.
La terminología
Conviene aclarar desde el principio que Ignacio nunca emplea la palabra “discernimiento”, sino que en un lenguaje muy acorde con lo que entiende por “ejercicios” utiliza más bien verbos de acción que invitan al que los hace a “ejercitarse”. Así, en el nº 1 -en la 1ª anotación- en la que describe lo que entiende por ejercicios espirituales, entre otros muchos alude a “todo modo de examinar la consciencia”. Este examinar la consciencia será un ejercicio permanente y lo concretará, entre otros, en tres tipos de exámenes: uno sobre el “Examen particular y cotidiano” (nº 24); otro sobre el “Examen general de consciencia para limpiarse y mejor se confesar” (nº 32); el tercero, en el que vulgarmente se llama el “examen de la oración”. Estos exámenes no son estrictamente hablando un discernimiento, pero se acercan mucho a él y preparan para el mismo. Más clarificador es al respecto el lenguaje que utiliza para encabezar las dos famosas series de reglas para la primera y la segunda semana. En el encabezamiento de las de la primera (nº 313) utiliza verbos como sentir, conocer, recibir, lanzar… (mociones), y en el encabezamiento de las de la segunda (328) utiliza la expresión “discreción de espíritus”.
Ayudas para momentos claves
Aclarado este punto terminológico, lo que sí conviene destacar es la importancia que Ignacio va a dar al ejercicio de volver constantemente sobre la experiencia -de oración en este caso- para seguir la pista a las mociones, sentimientos, pensamientos, decisiones… que brotan de ella, para “sospechar” que no suelen ser tan evidentes y claras como a primera vista puedan parecer, sino que pueden ser sentidas como “mociones” diversas y contrapuestas o provocadas por “diversos espíritus”. De ahí la necesidad imperiosa de detectar con todo detalle las características de unas u otras mociones (reglas de primera semana) o de uno u otro espíritu (reglas de segunda semana), para que todo el proceso interior que se desencadena en el ejercitante pueda ser calificado como proveniente de una buena o mala moción o del buen o mal espíritu para así obrar en consecuencia.
En definitiva, sin “mucho examinar” y sin mucha “discreción de espíritus” es imposible encontrar la voluntad de Dios en lo concreto –en el aquí y ahora- que es el objetivo fundamental en el que se ve envuelto el ejercitante.
Junto a los “exámenes” y las dos series de “reglas” que ayudan a discernir las diversas mociones y los diversos espíritus, Ignacio quiere que el ejercitante mantenga también esta actitud de “sospecha” en un momento clave de sus ejercicios, en aquél en que ha de enfrentarse con la averiguación del estilo y el estado de vida concretos que Dios quiere para él. Para prepararle adecuadamente para este momento crucial le propone la meditación de “dos banderas” (nn. 136-148) y la de “tres binarios de hombres” (nn. 149-157). A través de la primera tendrá que aprender a detectar cuál es la del buen espíritu (la de Cristo) y la del mal espíritu (la del enemigo de natura humana). Tendrá que aprender a “sospechar”, para no dejarse engañar, no sea que creyendo estar bajo la bandera de Cristo termine viviéndose, como pez en el agua, en la bandera contraria, tomándola por verdadera. Delicada tarea, con consecuencias imprevisibles y normalmente funestas. La segunda –los tres binarios de hombres- es un complemento esencial a la primera. Pues se puede captar con cierta facilidad los rasgos que distinguen la bandera de Cristo de la del mal espíritu (en esto consiste la lucidez evangélica), pero se puede no ser coherente con dicha lucidez y no hacer lo que de hecho está iluminado. ¿Qué se suele interponer entre una cosa y otra? ¿Es un asunto de debilidad o de pecado? No. Se trata más bien de un problema de “afectos” o de “sentimientos” y de su estar bien o mal ordenados. Será mirándose en el espejo de los tres tipos de personas como aprenderá a descubrir en qué medida sus sentimientos y afectos están ordenados o no, para no caer en la fácil trampa de las justificaciones afectivas que le llevarían a elegir no lo que Dios quiere realmente de él (tercer binario), sino aquello que él cree que Dios quiere para él (segundo binario), o simplemente no elegir retardando indefinidamente la decisión –primer binario-.
Juntamente a estas dos meditaciones, y para seguir preparando al ejercitante en este momento crucial de los Ejercicios, le invitará a considerar los “tres grados de humildad” (nn. 164-168) y a tener en cuenta las sabias consideraciones que se encierran en el tratado sobre la elección (nn. 169-189).
Llegamos así a la conclusión de que la actitud permanente de discernimiento es la condición “sine qua non” para hacer unos auténticos ejercicios ignacianos y base, por tanto, para que el ejercitante alcance el fin principal de los mismos, que no es otro que el de buscar y hallar la voluntad de Dios para la disposición concreta de su vida.
Por todo lo dicho, no va desencaminada la identificación casi espontánea que se ha ce de Ignacio con el discernimiento, hasta tal punto que este binomio ha quedado impreso en la conciencia colectiva de la Iglesia como uno de los legados más importantes de Ignacio a la misma. Y esto, no porque haya sido algo así como el inventor o creador del discernimiento –hay una riquísima historia del mismo siglos antes que él, y en la que él mismo se ha inspirado- sino porque toda su espiritualidad la formula desde el prisma del discernimiento y no a través de grandes discursos teóricos, sino de “reglas” y orientaciones muy prácticas y asequibles a todo aquél que se proponga sinceramente hacer de su vida una expresión clarividente de la voluntad de Dios.
Todas las reglas y orientaciones que Ignacio da en el libro de los Ejercicios están directamente enfocadas hacia el “discernimiento personal” que cada cual ha de hacer a lo largo de la experiencia del mes de ejercicios. Pero, respetando sus características propias, ha iluminado y sigue siendo el soporte de otros dos ejercicios de discernimiento fundamentales: el discernimiento comunitario y el discernimiento apostólico.

viernes, 1 de junio de 2007

LA ORACION

DON DE DIOS y DESEO DEL HOMBRE

Para recorrer este Camino de "Amistad con Dios", necesitamos tener, dice Teresa, una "determinada determinación". No bastará tener un deseo fugaz, sino es menester una decisión bien clara, firme y comprometida de querer estar con el Amigo.
Esta "determinada determinación" será necesaria a lo largo del camino que lleva a la unión total con Dios, porque en él encontraremos obstáculos y resistencia; se hará cada vez más estrecho y más empinado ... más difícil.
Sin embargo, la Oración de Contemplación, de quietud, de unión con Dios, es un don que nos viene de El. Es un don que Dios da a quién quiere, cuándo quiere, cómo quiere y cuánto quiere. "Da de muchas maneras a beber a los que le quieren seguir ... porque de esa fuente caudalosa salen arroyos, unos grandes y otros pequeños, y, algunas veces, charquitos ..."
Esa Fuente de Agua Viva que Jesús prometió a través de la Samaritana, que quien la tome nunca tendrá sed, la dará a todo el que la desee. "Mirad que convida a todos" y nos dice "Yo os daré de beber". Y da a beber a cada uno según conviene para su alma.

EL CAMINO DE LA ORACION

1. La oración: camino de amistad con Dios
Han habido variadas definiciones de Oración a lo largo de la historia. Santa Teresa de Jesús nos dejó una: "No es otra cosa oración mental, sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama".
La Oración, entonces, es tratar como un Amigo a Aquél que nos ama. Y "tratar de amistad" y "tratar a solas" implica buscar estar a solas con Aquél que "sabemos nos ama".
Y a Dios le agrada estar con el hombre -como el amigo se goza en el amigo y un padre con su hijo. Dios siempre se agrada cuando el orante decide "estar a solas con El", orando, tratando con el Amigo.
La Oración, como la amistad, es un camino que comienza un día y va en progreso. El orante comienza a tratar al Amigo que le ha amado desde toda la eternidad, y así empieza a conocerle, a amarle, a entregarse a El, en una relación que sabe no finalizará, pues en la otra vida será un trato "cara a cara" y en felicidad infinita y perpetua.

2. La oración: camino de interiorización
"Tratar a solas" es indicativo de búsqueda de soledad y de silencio, para poder estar con el Amigo. "Acostumbrarse a la soledad es gran cosa para la oración", dice la Santa. Y a los principiantes dirá: "... han de menester irse acostumbrando a ... estar en soledad". Y, apoyándose en el Evangelio nos recuerda: "Ya sabéis que enseña Su Majestad que sea a solas, que así lo hacía El siempre que oraba".
La soledad/silencio debe verse como tiempos en los que el alma, sola y a solas, se vuelve a su Dios. Así, la soledad/silencio no es ausencia, sino presencia del Amigo.
En la soledad/silencio podemos captar la voz de Dios y las inspiraciones de Su Santo Espíritu. Orar no es tanto hablar nosotros a Dios, sino guardar silencio ante El: abrirle la puerta para que El se comunique a nosotros desde nuestro interior.
La Oración nos exige momentos específicos en el día para estar a solas con El que sabemos nos ama. Y tan importante es esto, que Teresa de Jesús presenta la búsqueda de soledad como prueba de la autenticidad de la Oración, al decirnos que la Oración acrecienta el deseo de soledad: "Desea ratos de soledad para gozar más de aquel bien".
Al estar a solas y en silencio, la persona va interiorizándose, o sea, va uniéndose a Dios que está en su interior.
Santa Teresa describe ese camino de interiorización en su obra "Las Moradas" o "Castillo Interior", y en ella compara al alma con un castillo que tiene muchos aposentos o Moradas, "y en el centro y mitad de todas éstas tiene la más principal, que es adonde pasan las cosas de mucho secreto entre Dios y el alma".
Las Moradas son siete, equivalentes a siete diferentes niveles de interiorización, desde donde nos relacionamos con Dios.


3. La oración: camino de purificación
Santa Teresa nos dice que "Dios no se da a Sí del todo, hasta que no nos damos del todo". Así que si queremos que el Señor se apodere de nosotros con la Oración de Quietud y de Unión, debemos darnos por entero a El.
Y en esta donación total, nuestro peor enemigo es nuestro "yo". Dice la Santa que "no hay peor ladrón" que "nosotros mismos". Se refiere a las tendencias egoístas que tenemos que combatir, pues impiden nuestra libertad espiritual. El amar la voluntad propia antes que la de Dios nos carga de "tierra y plomo".
No siempre se tratará del deseo de cosas ilícitas; puede tratarse de cosas buenas, pero que están conforme a nuestra voluntad, a nuestro criterio. Hay que mirar por encima de nuestros conceptos humanos, por buenos que puedan parecer, y atender a la Voluntad de Dios antes que a la nuestra, porque dice el Señor: "Mis planes no son vuestros planes, vuestros caminos no son Mis Caminos. Como el cielo es más alto que la tierra, Mis Caminos son más altos que los vuestros; Mis Planes que vuestros planes" (Is. 55, 8-9).
También nos recuerda Teresa de Jesús que el "Venga a nosotros Tu Reino" (donación de Dios al alma) va, en el Padre Nuestro, junto al "Hágase Tu Voluntad" (donación del alma a Dios). Y nuestra donación a Dios es siempre una donación dolorosa, pues en ella Dios va purificando a la persona de apegos y afectos desordenados. Esta purificación a veces hace llorar el alma y sangrar el corazón, pero termina por dejarnos completamente libres para Dios.
El sufrimiento no hay que rechazarlo, pues cuando esto hacemos la cruz se vuelve más pesada. Tampoco debe verse como un peso que hay que aceptar necesariamente. En el sufrimiento hemos de reconocer la cruz que Dios nos brinda para nuestra purificación y para nuestra unión con El.
Si el Señor nos envía algo de sufrir, según Santa Teresa, eso es prenda de Su predilección. Jesús pasó por ese camino, siendo "Su Hijo Amado" (Lc.4, 17). Por eso, cuando Dios trata a un alma como a Jesús, es precisamente porque mucho la ama.
¿Parece locura, quizá masoquismo? Pero San Pablo nos advierte: "A nivel humano uno no capta lo que es propio del Espíritu de Dios, le parece locura; no es capaz de percibirlo, porque sólo se puede juzgar con el criterio del Espíritu" (1ª Cor. 2, 12).
La actitud de Teresa de total entrega a la Voluntad de Dios, no importa lo que Dios pida, no importa lo que Dios mande, viene mejor expresada en este poema, del cual hemos extraído algunas estrofas:
Vuestra soy, para vos nací,¿Qué mandáis hacer de mí?Dadme riqueza o pobreza,Dad consuelo o desconsuelo,Dadme alegría o tristeza,Dadme infierno o dadme cielo,Vida dulce, sol sin velo,Que a todo digo que sí.¿Qué mandáis hacer de mí?Dadme, pues sabiduría,O por amor, ignorancia,Dadme años de abundanciao de hambre y carestía;Dad tiniebla o claro día;pues del todo me rendí.¿Qué mandáis hacer de mí?Dadme Calvario o Tabor,Desierto o tierra abundosa,Sea Job en el dolor,O Juan que al pecho reposa;Sea la viña fructuosaO estéril, si cumple así.¿Qué mandáis hacer de mí?Si queréis, dadme oración,Si no, dadme sequedad,Si abundancia y devoción,Y si no, esterilidad.Soberana Majestad,Sólo hallo paz aquí.¿Qué mandáis hacer de mí?Vuestra soy, para vos nací,¿Qué mandáis hacer de mí?

4. La oración: camino de transformación
La Oración es transformante: si no cambia nuestra forma de ser, nuestro modo de vivir, nuestros valores, no está siendo provechosa, pues ORAR ES CAMBIAR DE VIDA.
El camino de Oración va siendo trazado por una secuencia de acciones que Dios va realizando en la persona que Lo busca sinceramente. La total entrega a Dios, la total identificación de la persona con Dios, no puede ser fruto sólo de nuestro esfuerzo personal, pues excede nuestra capacidad. Es fruto de la acción de Dios en el alma que se deja guiar por El, por el camino estrecho de la purificación interior, que lleva a la transformación de la persona en el modelo que es Cristo.
Sin embargo, Teresa de Jesús nos dice que es esencial la práctica de la virtud, pues es imposible ser contemplativo sin tener virtudes y que "es menester no sólo orar, porque si no procuráis virtudes, os quedaréis enanas".
Aunque Dios ha infundido en nosotros las virtudes en el Bautismo, sin mérito nuestro, no las hace crecer sin nuestra colaboración, siempre con la ayuda de Su Gracia.
Al practicar las virtudes, facilitamos la acción de Dios en nosotros y el alma se hace más apta para sentir y seguir las mociones del Espíritu Santo.
Tan importante es para Santa Teresa el crecimiento de las virtudes, que ha llegado a decir: "Yo no desearía otra oración, sino la que me hiciese crecer las virtudes". Y también: "Si (la oración) es con grandes tentaciones y sequedades y tribulaciones, y esto me dejase más humilde, esto tendría por buena oración".
La mejor oración, entonces, será la que más cambie nuestra vida, la que más nos lleva a imitar a Cristo, la que más no haga crecer en los "frutos del Espíritu", que refiere San Pablo en su carta a los Gálatas (5, 22).

5. La oración: camino de paz
Una persona totalmente entregada a la Voluntad de Dios, no puede sino vivir en paz, que es uno de los frutos del Espíritu.
No importa cuál sea la situación, propia o de nuestros hijos o familiares, si estamos entregados a Dios, si estamos en Sus Manos, estaremos en paz.
La paz no se prueba estando fuera de la tormenta. La paz es, ante todo, estar en serenidad en medio de la tormenta. Y la experiencia propia y/o de otros nos muestra que vendrán ratos de tormenta. Pero si tenemos confianza en el "Amigo que nunca falla", si nuestra voluntad es una con la Suya, ¿qué podemos temer?
"Señor: Tu nos darás la paz, porque todas nuestras empresas nos las realizas Tú" (Is.26, 12). San Pablo corrobora esto en su "Todo lo puedo en Aquél que me conforta" (Fil.4, 13). Y Santa Teresa sintetiza la Oración como Camino de Paz en su breve poema:
"Nada te turbe,Nada te espante,Todo se pasa,Dios no se muda,La pacienciaTodo lo alcanza;Quien a Dios tieneNada le falta:Sólo Dios basta".

6. La oración: camino de servicio al prójimo
Las gracias místicas, aún las más elevadas, no son un regalo de Dios sólo para que el alma las disfrute, sino que son para fortalecerla, hacerla generosa y animarla a servir a los demás.
Para ayudar en el servicio al prójimo, en algún momento en la vida de oración, pueden comenzar a surgir en algunos orantes -como un auxilio especialísimo del Señor- los CARISMAS O DONES CARISMATICOS, llamados por los Místicos Gracias Extraordinarias, que son dados para utilidad de la comunidad, pues su manifestación está dirigida hacia la edificación de la fe y como auxilio a la evangelización y como un servicio a los demás, tal como lo indica San Pablo:
“En cada uno el Espíritu revela su presencia con un don que es también un servicio. A uno se le da hablar con sabiduría, por obra del Espíritu. Otro comunica enseñanzas conformes con el mismo Espíritu. Otro recibe el don de la fe, en que actúa el Espíritu. Otro recibe el don de hacer curaciones, y es el mismo Espíritu. Otro hace milagros; otro es profeta; otro conoce lo que viene del bueno o del mal espíritu; otro habla en lenguas, y otro todavía interpreta lo que se dijo en lenguas. Y todo esto es obra del mismo y único Espíritu, el cual reparte a cada uno según quiere” (1ª Cor. 12, 7).
Los Carismas son, pues, dones espirituales, gratuitamente derramados, que no dependen del mérito ni de la santidad personal, ni tampoco son necesarios para llegar a la santidad. Sin embargo, el ejercicio abnegado de ellos de hecho produce progreso en la vida espiritual por ser actos de servicio al prójimo.
En cuanto a los Carismas o Gracias Extraordinarias, hay que tener muy presente otro consejo de San Pablo:
No apaguen el Espíritu, no desprecien lo que dicen los profetas. Examínenlo todo y quédense con lo bueno” (1a. Tes. 5, 19-21).
Y es así que mientras más se adelanta en la Oración, más debe acudirse a las necesidades del prójimo. La Oración que adormece, que ensimisma, no es genuina, pues la verdadera oración genera servicio a los hermanos. Para saber qué clase de oración se tiene, debemos medir cómo es nuestro compromiso con los demás, antes que apreciar cómo pasamos los ratos de oración.
La vida de oración debe ser un balance entre María y Marta, las hermanas de Lázaro (cfr. Lc. 10, 38-41), entre la vida contemplativa y la activa. A las almas de oración sin obras reprende la Santa, sin dejar a un lado su humor característico: "Cuando yo veo almas muy diligentes en entender la oración que tienen y muy encapotadas cuando están en ella, ... porque no se les vaya un poquito el gusto y devoción que han tenido, háceme ver cuán poco entienden del camino por donde se alcanza la unión, y piensan que allí está todo el negocio. Que no, hermanas, no; obras quiere el Señor, y si ves una enferma a quien puedes dar algún alivio ... te compadezcas de ella ... no tanto por ella, como porque sabes que Tu Señor quiere aquello".
Pero nuestra acción apostólica debe estar enraizada en Cristo, pues el apostolado no es labor humana, sino divina, a la cual prestamos nuestra colaboración, sólo como humildes instrumentos. Por ello el orante/apóstol debe sentir con Dios, debe poner su corazón en contacto con el de Dios, para que una vez lleno con el Amor de Dios por los hombres, se derrame en sus hermanos. Así, será el Amor de Dios y no el propio, imperfecto, el que continúe ayudando, sirviendo, actuando en el mundo. De allí que nuestro compromiso con los demás deba ser pasado por la oración, que si es genuina, es sitio desde donde se ven verdades, para evitar estar revelándonos a nosotros mismos, en vez de revelar a Aquél que es Todo Amor.
La Oración, así entendida, es presencia en los hombres y en la historia, desde Dios.