viernes, 8 de junio de 2007

Maranatha

Maranatha es una palabra aramea (el idioma que Jesús hablaba) que significa “Ven, Señor.” Se encuentra en las Escrituras y es una de las primeras oraciones de la tradición Cristiana.Integra esta palabra sagrada en tu vida, en todos tus actos y deja que ella te conduzca al Señor, a estar cara a cara con El, a ser en su presencia. Todo lo demás se te dará por añadidura.La escencia y el arte de la Meditación Cristiana está en simplemente aprender a decir la palabra, recitarla, resonarla, repetirla, desde el principio hasta el fín. Es muy sencillo: ¨Ma-ra-na-tha¨, cuatro sílabas igualmente acentuadas. Y esto es todo lo que necesitas para aprender a meditar. Tienes tu palabra sagrada, repite tu palabra y permanece quieto. Medita todos los días de tu vida, 30 minutos en la mañana y 30 minutos en la noche. El propósito de la Meditación Cristiana es llegar a tu centro. En muchas tradiciones, la meditación se define como una peregrinación, a tu centro, a tu corazón. Es ahí donde aprendes a permanecer despierto, alerta y tranquilo. Lo que aprenderás al meditar es que al estar en tu centro, estás con Dios.

lunes, 4 de junio de 2007

Taller de Discernimiento Espiritual

por Fray Nelson


1. Introducción
2. Discernimiento en la Biblia
3. Preguntas fundamentales de la Iglesia Primitiva
4. Cinco Criterios Generales
5. Cuestiones particulares

http://fraynelson.com/imprenta/Taller_de_Discernimiento_carta.pdf

Confesarse ¿Por qué?

La Reconciliación y la Belleza de Dios

por Bruno Forte, arzobispo de hieti-Vasto (Italia) arta para el año pastoral 2005-2006

Tratemos de comprender juntos qué es la confesió : si lo comprendes verdaderamente, con la mente y con el corazón , sentirás la necesidad y la alegría de hacer experiencia de este encuentro, en el que Dios, dándote su perdón mediante el ministro de la Iglesia, crea en ti un corazón nuevo, pone en ti un Espíritu nuevo, para que puedas vivir una existencia reconciliada con Él, contigo mismo y con los demás, llegando a ser tú también capaz de perdonar y amar,
más allá de cualquier tentación de desconfianza y cansancio.

La pedagogía de la oración ignaciana


Nada más lejos de la verdad el pensar que Ignacio escribe el libro de los Ejercicios “ex nihilo”, como si fuera el inventor o creador único de todo en lo que él aparece. Muy al contrario. Ignacio es deudor de una larga Tradición en todo lo que se refiere a aquellos elementos que le configuran: modos de orar, discernimiento de espíritus, devoción a la humanidad de Cristo, distribución por semanas… Pero la genialidad de Ignacio consistió en dar a esa gran herencia recibida de la Tradición un toque personal, fruto de su propia experiencia y enfoque de las cosas de tal manera que deja en cada una de ellas una impronta muy particular que las configura con una aire auténticamente ignaciano.


Y si eso se puede afirmar de muchas de las piezas que componen el puzzle del libro de los Ejercicios, un ejemplo típico lo encontramos en la que constituye uno de los “ejercicios” fundamentales de los mismos, que no es otro que el de la oración. A través de la obra del abad García de Cisneros conoció Ignacio la práctica de la “oración mental” y “metódica” de la Devotio Moderna, que dio lugar a la “Lectio Divina” propia de los monjes. De ahí que abunden por todas partes los estudios comparativos entre los cuatro momentos –lectura-meditación-oración-contemplación- de la Lectio Divina y el lenguaje y enfoque con que se presentan en el libro de los Ejercicios.


Desde ese influjo de fondo, Ignacio va a distinguir netamente dos tipos de oración: la meditación y la contemplación. Cada una tiene sus matices propios. La meditación (y su equivalente más cercano, la “consideración”) es más activo-reflexiva y la sitúa en la materia que no son pasajes evangélicos y es más propia –aunque no exclusiva- de la Primera Semana, dedicada a la meditació sobre el pecado. La segunda es más pasivo-receptiva y la sitúa a lo largo de la Segunda, Tercera y Cuarta Semana en las que se contempla la vida de Cristo. El paso de una a otra supone un enfoque progresivo a través del cual el ejercitante irá pasando de una experiencia más centrada en sí mismo (con el esfuerzo propio del que “medita” con todas sus “potencias” –memoria-entendimiento-voluntad-, a otra más centrada en el objeto mismo de toda oración –Dios, a través de los misterios de la vida de Cristo- destacándose así el elemento más pasivo de la misma. Paso, en definitiva, de una experiencia más bien de tintes ascéticos (meditaciones), a otra más decididamente mística (contemplaciones).


Pero en ambas claves o modos de orar destaca con fuerza un rasgo característico de la pedagogía ignaciana de la oración que no es otro que su fuerte dosis de personalización. En contraste con los elementos que recibe Ignacio de la Tradición que van más bien enfocados a las características propias de la vida monástica (coro y su distribución por días…), en los Ejercicios quedan todos ellos concentrados en la persona que los hace, y condensados en el tiempo de un mes. Tiempo –semanas- que van marcando un itinerario que avanza no linealmente, sino en espiral, donde cada ejercicio le ayuda a ir perforando cada vez más el nivel de profundidad al que todos apuntan y que no es otro que el “conocimiento interno” de Cristo que “por mi” se ha hecho hombre, ha vivido, ha muerto y ha resucitado


Hacia este objetivo van dirigidas las orientaciones tan precisas –y hasta minuciosas- con las que Ignacio enmarca no sólo el tiempo de cada meditación y contemplación (oración preparatoria, preámbulos: traer la historia, composición viendo el lugar, petición, puntos, coloquios…), sino el tiempo exterior a las mismas –anotaciones, adiciones…- como ayudas necesarias para que el ejercitante esté en todo momento con todos sus poros bien abiertos para dejarse impregnar más y más de aquello que medita o contempla. De ahí la insistencia en el reposo, sin querer saber mucho o abarcar mucha materia sino “sentir y gustar de las cosas internamente” (nº 2); de ahí los ejercicios de repetición basados en las reminiscencias que cada meditación o contemplación va dejando en el alma del ejercitante; de ahí la tan traída y llevada “aplicación de sentidos” (nn. 121-125). Todo ello con una única pretensión pedagógica que consiste en que sea todo el ser del ejercitante –principalmente sus afectos y su corazón- el que quede impregnado y moldeado por aquello que medita y contempla.


Sólo con esta finalidad personalizadora presenta Ignacio cada día, y todos los días, de un modo perfectamente organizado, sin dejar casi nada al azar, aunque, por esa misma atención a cada persona y a sus capacidades reales, le recuerde al que los da que tenga toda la flexibilidad posible para adaptarlos a cada una de ellas. Rigor y flexibilidad al servicio del que los hace hasta que éste, a medida que avanza en la experiencia, vaya necesitando cada vez menos de dichas orientaciones y apoyaturas externas.


Fuente: Jesuitas de España

La importancia del discernimiento


Hay quienes piensan que hacer los Ejercicios ignacianos consiste, fundamentalmente, en incrementar el tiempo de oración –cuatro o cinco horas diarias- para ponerse de nuevo al día en una experiencia cristiana que juzgan fundamental y que por el ajetreo de la vida suele oxidarse y desgastarse fácilmente. El deseo no es malo, pero es insuficiente, pues entrar en la dinámica de los ejercicios es, sobre todo, dejar pasar la experiencia de oración por la criba del discernimiento. Tan ignaciano es este ejercicio del discernimiento que algún autor le ha apellidado, por eso, con el título de “maestro de la sospecha”. Pues por ahí, al menos, empieza el discernimiento, por la capacidad de sospechar que no todo es como parece a primera vista, sino que toda experiencia –y más aún en la vida espiritual- es compleja y necesitada de clarificación y, por tanto, de discernimiento.
La terminología
Conviene aclarar desde el principio que Ignacio nunca emplea la palabra “discernimiento”, sino que en un lenguaje muy acorde con lo que entiende por “ejercicios” utiliza más bien verbos de acción que invitan al que los hace a “ejercitarse”. Así, en el nº 1 -en la 1ª anotación- en la que describe lo que entiende por ejercicios espirituales, entre otros muchos alude a “todo modo de examinar la consciencia”. Este examinar la consciencia será un ejercicio permanente y lo concretará, entre otros, en tres tipos de exámenes: uno sobre el “Examen particular y cotidiano” (nº 24); otro sobre el “Examen general de consciencia para limpiarse y mejor se confesar” (nº 32); el tercero, en el que vulgarmente se llama el “examen de la oración”. Estos exámenes no son estrictamente hablando un discernimiento, pero se acercan mucho a él y preparan para el mismo. Más clarificador es al respecto el lenguaje que utiliza para encabezar las dos famosas series de reglas para la primera y la segunda semana. En el encabezamiento de las de la primera (nº 313) utiliza verbos como sentir, conocer, recibir, lanzar… (mociones), y en el encabezamiento de las de la segunda (328) utiliza la expresión “discreción de espíritus”.
Ayudas para momentos claves
Aclarado este punto terminológico, lo que sí conviene destacar es la importancia que Ignacio va a dar al ejercicio de volver constantemente sobre la experiencia -de oración en este caso- para seguir la pista a las mociones, sentimientos, pensamientos, decisiones… que brotan de ella, para “sospechar” que no suelen ser tan evidentes y claras como a primera vista puedan parecer, sino que pueden ser sentidas como “mociones” diversas y contrapuestas o provocadas por “diversos espíritus”. De ahí la necesidad imperiosa de detectar con todo detalle las características de unas u otras mociones (reglas de primera semana) o de uno u otro espíritu (reglas de segunda semana), para que todo el proceso interior que se desencadena en el ejercitante pueda ser calificado como proveniente de una buena o mala moción o del buen o mal espíritu para así obrar en consecuencia.
En definitiva, sin “mucho examinar” y sin mucha “discreción de espíritus” es imposible encontrar la voluntad de Dios en lo concreto –en el aquí y ahora- que es el objetivo fundamental en el que se ve envuelto el ejercitante.
Junto a los “exámenes” y las dos series de “reglas” que ayudan a discernir las diversas mociones y los diversos espíritus, Ignacio quiere que el ejercitante mantenga también esta actitud de “sospecha” en un momento clave de sus ejercicios, en aquél en que ha de enfrentarse con la averiguación del estilo y el estado de vida concretos que Dios quiere para él. Para prepararle adecuadamente para este momento crucial le propone la meditación de “dos banderas” (nn. 136-148) y la de “tres binarios de hombres” (nn. 149-157). A través de la primera tendrá que aprender a detectar cuál es la del buen espíritu (la de Cristo) y la del mal espíritu (la del enemigo de natura humana). Tendrá que aprender a “sospechar”, para no dejarse engañar, no sea que creyendo estar bajo la bandera de Cristo termine viviéndose, como pez en el agua, en la bandera contraria, tomándola por verdadera. Delicada tarea, con consecuencias imprevisibles y normalmente funestas. La segunda –los tres binarios de hombres- es un complemento esencial a la primera. Pues se puede captar con cierta facilidad los rasgos que distinguen la bandera de Cristo de la del mal espíritu (en esto consiste la lucidez evangélica), pero se puede no ser coherente con dicha lucidez y no hacer lo que de hecho está iluminado. ¿Qué se suele interponer entre una cosa y otra? ¿Es un asunto de debilidad o de pecado? No. Se trata más bien de un problema de “afectos” o de “sentimientos” y de su estar bien o mal ordenados. Será mirándose en el espejo de los tres tipos de personas como aprenderá a descubrir en qué medida sus sentimientos y afectos están ordenados o no, para no caer en la fácil trampa de las justificaciones afectivas que le llevarían a elegir no lo que Dios quiere realmente de él (tercer binario), sino aquello que él cree que Dios quiere para él (segundo binario), o simplemente no elegir retardando indefinidamente la decisión –primer binario-.
Juntamente a estas dos meditaciones, y para seguir preparando al ejercitante en este momento crucial de los Ejercicios, le invitará a considerar los “tres grados de humildad” (nn. 164-168) y a tener en cuenta las sabias consideraciones que se encierran en el tratado sobre la elección (nn. 169-189).
Llegamos así a la conclusión de que la actitud permanente de discernimiento es la condición “sine qua non” para hacer unos auténticos ejercicios ignacianos y base, por tanto, para que el ejercitante alcance el fin principal de los mismos, que no es otro que el de buscar y hallar la voluntad de Dios para la disposición concreta de su vida.
Por todo lo dicho, no va desencaminada la identificación casi espontánea que se ha ce de Ignacio con el discernimiento, hasta tal punto que este binomio ha quedado impreso en la conciencia colectiva de la Iglesia como uno de los legados más importantes de Ignacio a la misma. Y esto, no porque haya sido algo así como el inventor o creador del discernimiento –hay una riquísima historia del mismo siglos antes que él, y en la que él mismo se ha inspirado- sino porque toda su espiritualidad la formula desde el prisma del discernimiento y no a través de grandes discursos teóricos, sino de “reglas” y orientaciones muy prácticas y asequibles a todo aquél que se proponga sinceramente hacer de su vida una expresión clarividente de la voluntad de Dios.
Todas las reglas y orientaciones que Ignacio da en el libro de los Ejercicios están directamente enfocadas hacia el “discernimiento personal” que cada cual ha de hacer a lo largo de la experiencia del mes de ejercicios. Pero, respetando sus características propias, ha iluminado y sigue siendo el soporte de otros dos ejercicios de discernimiento fundamentales: el discernimiento comunitario y el discernimiento apostólico.

viernes, 1 de junio de 2007

LA ORACION

DON DE DIOS y DESEO DEL HOMBRE

Para recorrer este Camino de "Amistad con Dios", necesitamos tener, dice Teresa, una "determinada determinación". No bastará tener un deseo fugaz, sino es menester una decisión bien clara, firme y comprometida de querer estar con el Amigo.
Esta "determinada determinación" será necesaria a lo largo del camino que lleva a la unión total con Dios, porque en él encontraremos obstáculos y resistencia; se hará cada vez más estrecho y más empinado ... más difícil.
Sin embargo, la Oración de Contemplación, de quietud, de unión con Dios, es un don que nos viene de El. Es un don que Dios da a quién quiere, cuándo quiere, cómo quiere y cuánto quiere. "Da de muchas maneras a beber a los que le quieren seguir ... porque de esa fuente caudalosa salen arroyos, unos grandes y otros pequeños, y, algunas veces, charquitos ..."
Esa Fuente de Agua Viva que Jesús prometió a través de la Samaritana, que quien la tome nunca tendrá sed, la dará a todo el que la desee. "Mirad que convida a todos" y nos dice "Yo os daré de beber". Y da a beber a cada uno según conviene para su alma.

EL CAMINO DE LA ORACION

1. La oración: camino de amistad con Dios
Han habido variadas definiciones de Oración a lo largo de la historia. Santa Teresa de Jesús nos dejó una: "No es otra cosa oración mental, sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama".
La Oración, entonces, es tratar como un Amigo a Aquél que nos ama. Y "tratar de amistad" y "tratar a solas" implica buscar estar a solas con Aquél que "sabemos nos ama".
Y a Dios le agrada estar con el hombre -como el amigo se goza en el amigo y un padre con su hijo. Dios siempre se agrada cuando el orante decide "estar a solas con El", orando, tratando con el Amigo.
La Oración, como la amistad, es un camino que comienza un día y va en progreso. El orante comienza a tratar al Amigo que le ha amado desde toda la eternidad, y así empieza a conocerle, a amarle, a entregarse a El, en una relación que sabe no finalizará, pues en la otra vida será un trato "cara a cara" y en felicidad infinita y perpetua.

2. La oración: camino de interiorización
"Tratar a solas" es indicativo de búsqueda de soledad y de silencio, para poder estar con el Amigo. "Acostumbrarse a la soledad es gran cosa para la oración", dice la Santa. Y a los principiantes dirá: "... han de menester irse acostumbrando a ... estar en soledad". Y, apoyándose en el Evangelio nos recuerda: "Ya sabéis que enseña Su Majestad que sea a solas, que así lo hacía El siempre que oraba".
La soledad/silencio debe verse como tiempos en los que el alma, sola y a solas, se vuelve a su Dios. Así, la soledad/silencio no es ausencia, sino presencia del Amigo.
En la soledad/silencio podemos captar la voz de Dios y las inspiraciones de Su Santo Espíritu. Orar no es tanto hablar nosotros a Dios, sino guardar silencio ante El: abrirle la puerta para que El se comunique a nosotros desde nuestro interior.
La Oración nos exige momentos específicos en el día para estar a solas con El que sabemos nos ama. Y tan importante es esto, que Teresa de Jesús presenta la búsqueda de soledad como prueba de la autenticidad de la Oración, al decirnos que la Oración acrecienta el deseo de soledad: "Desea ratos de soledad para gozar más de aquel bien".
Al estar a solas y en silencio, la persona va interiorizándose, o sea, va uniéndose a Dios que está en su interior.
Santa Teresa describe ese camino de interiorización en su obra "Las Moradas" o "Castillo Interior", y en ella compara al alma con un castillo que tiene muchos aposentos o Moradas, "y en el centro y mitad de todas éstas tiene la más principal, que es adonde pasan las cosas de mucho secreto entre Dios y el alma".
Las Moradas son siete, equivalentes a siete diferentes niveles de interiorización, desde donde nos relacionamos con Dios.


3. La oración: camino de purificación
Santa Teresa nos dice que "Dios no se da a Sí del todo, hasta que no nos damos del todo". Así que si queremos que el Señor se apodere de nosotros con la Oración de Quietud y de Unión, debemos darnos por entero a El.
Y en esta donación total, nuestro peor enemigo es nuestro "yo". Dice la Santa que "no hay peor ladrón" que "nosotros mismos". Se refiere a las tendencias egoístas que tenemos que combatir, pues impiden nuestra libertad espiritual. El amar la voluntad propia antes que la de Dios nos carga de "tierra y plomo".
No siempre se tratará del deseo de cosas ilícitas; puede tratarse de cosas buenas, pero que están conforme a nuestra voluntad, a nuestro criterio. Hay que mirar por encima de nuestros conceptos humanos, por buenos que puedan parecer, y atender a la Voluntad de Dios antes que a la nuestra, porque dice el Señor: "Mis planes no son vuestros planes, vuestros caminos no son Mis Caminos. Como el cielo es más alto que la tierra, Mis Caminos son más altos que los vuestros; Mis Planes que vuestros planes" (Is. 55, 8-9).
También nos recuerda Teresa de Jesús que el "Venga a nosotros Tu Reino" (donación de Dios al alma) va, en el Padre Nuestro, junto al "Hágase Tu Voluntad" (donación del alma a Dios). Y nuestra donación a Dios es siempre una donación dolorosa, pues en ella Dios va purificando a la persona de apegos y afectos desordenados. Esta purificación a veces hace llorar el alma y sangrar el corazón, pero termina por dejarnos completamente libres para Dios.
El sufrimiento no hay que rechazarlo, pues cuando esto hacemos la cruz se vuelve más pesada. Tampoco debe verse como un peso que hay que aceptar necesariamente. En el sufrimiento hemos de reconocer la cruz que Dios nos brinda para nuestra purificación y para nuestra unión con El.
Si el Señor nos envía algo de sufrir, según Santa Teresa, eso es prenda de Su predilección. Jesús pasó por ese camino, siendo "Su Hijo Amado" (Lc.4, 17). Por eso, cuando Dios trata a un alma como a Jesús, es precisamente porque mucho la ama.
¿Parece locura, quizá masoquismo? Pero San Pablo nos advierte: "A nivel humano uno no capta lo que es propio del Espíritu de Dios, le parece locura; no es capaz de percibirlo, porque sólo se puede juzgar con el criterio del Espíritu" (1ª Cor. 2, 12).
La actitud de Teresa de total entrega a la Voluntad de Dios, no importa lo que Dios pida, no importa lo que Dios mande, viene mejor expresada en este poema, del cual hemos extraído algunas estrofas:
Vuestra soy, para vos nací,¿Qué mandáis hacer de mí?Dadme riqueza o pobreza,Dad consuelo o desconsuelo,Dadme alegría o tristeza,Dadme infierno o dadme cielo,Vida dulce, sol sin velo,Que a todo digo que sí.¿Qué mandáis hacer de mí?Dadme, pues sabiduría,O por amor, ignorancia,Dadme años de abundanciao de hambre y carestía;Dad tiniebla o claro día;pues del todo me rendí.¿Qué mandáis hacer de mí?Dadme Calvario o Tabor,Desierto o tierra abundosa,Sea Job en el dolor,O Juan que al pecho reposa;Sea la viña fructuosaO estéril, si cumple así.¿Qué mandáis hacer de mí?Si queréis, dadme oración,Si no, dadme sequedad,Si abundancia y devoción,Y si no, esterilidad.Soberana Majestad,Sólo hallo paz aquí.¿Qué mandáis hacer de mí?Vuestra soy, para vos nací,¿Qué mandáis hacer de mí?

4. La oración: camino de transformación
La Oración es transformante: si no cambia nuestra forma de ser, nuestro modo de vivir, nuestros valores, no está siendo provechosa, pues ORAR ES CAMBIAR DE VIDA.
El camino de Oración va siendo trazado por una secuencia de acciones que Dios va realizando en la persona que Lo busca sinceramente. La total entrega a Dios, la total identificación de la persona con Dios, no puede ser fruto sólo de nuestro esfuerzo personal, pues excede nuestra capacidad. Es fruto de la acción de Dios en el alma que se deja guiar por El, por el camino estrecho de la purificación interior, que lleva a la transformación de la persona en el modelo que es Cristo.
Sin embargo, Teresa de Jesús nos dice que es esencial la práctica de la virtud, pues es imposible ser contemplativo sin tener virtudes y que "es menester no sólo orar, porque si no procuráis virtudes, os quedaréis enanas".
Aunque Dios ha infundido en nosotros las virtudes en el Bautismo, sin mérito nuestro, no las hace crecer sin nuestra colaboración, siempre con la ayuda de Su Gracia.
Al practicar las virtudes, facilitamos la acción de Dios en nosotros y el alma se hace más apta para sentir y seguir las mociones del Espíritu Santo.
Tan importante es para Santa Teresa el crecimiento de las virtudes, que ha llegado a decir: "Yo no desearía otra oración, sino la que me hiciese crecer las virtudes". Y también: "Si (la oración) es con grandes tentaciones y sequedades y tribulaciones, y esto me dejase más humilde, esto tendría por buena oración".
La mejor oración, entonces, será la que más cambie nuestra vida, la que más nos lleva a imitar a Cristo, la que más no haga crecer en los "frutos del Espíritu", que refiere San Pablo en su carta a los Gálatas (5, 22).

5. La oración: camino de paz
Una persona totalmente entregada a la Voluntad de Dios, no puede sino vivir en paz, que es uno de los frutos del Espíritu.
No importa cuál sea la situación, propia o de nuestros hijos o familiares, si estamos entregados a Dios, si estamos en Sus Manos, estaremos en paz.
La paz no se prueba estando fuera de la tormenta. La paz es, ante todo, estar en serenidad en medio de la tormenta. Y la experiencia propia y/o de otros nos muestra que vendrán ratos de tormenta. Pero si tenemos confianza en el "Amigo que nunca falla", si nuestra voluntad es una con la Suya, ¿qué podemos temer?
"Señor: Tu nos darás la paz, porque todas nuestras empresas nos las realizas Tú" (Is.26, 12). San Pablo corrobora esto en su "Todo lo puedo en Aquél que me conforta" (Fil.4, 13). Y Santa Teresa sintetiza la Oración como Camino de Paz en su breve poema:
"Nada te turbe,Nada te espante,Todo se pasa,Dios no se muda,La pacienciaTodo lo alcanza;Quien a Dios tieneNada le falta:Sólo Dios basta".

6. La oración: camino de servicio al prójimo
Las gracias místicas, aún las más elevadas, no son un regalo de Dios sólo para que el alma las disfrute, sino que son para fortalecerla, hacerla generosa y animarla a servir a los demás.
Para ayudar en el servicio al prójimo, en algún momento en la vida de oración, pueden comenzar a surgir en algunos orantes -como un auxilio especialísimo del Señor- los CARISMAS O DONES CARISMATICOS, llamados por los Místicos Gracias Extraordinarias, que son dados para utilidad de la comunidad, pues su manifestación está dirigida hacia la edificación de la fe y como auxilio a la evangelización y como un servicio a los demás, tal como lo indica San Pablo:
“En cada uno el Espíritu revela su presencia con un don que es también un servicio. A uno se le da hablar con sabiduría, por obra del Espíritu. Otro comunica enseñanzas conformes con el mismo Espíritu. Otro recibe el don de la fe, en que actúa el Espíritu. Otro recibe el don de hacer curaciones, y es el mismo Espíritu. Otro hace milagros; otro es profeta; otro conoce lo que viene del bueno o del mal espíritu; otro habla en lenguas, y otro todavía interpreta lo que se dijo en lenguas. Y todo esto es obra del mismo y único Espíritu, el cual reparte a cada uno según quiere” (1ª Cor. 12, 7).
Los Carismas son, pues, dones espirituales, gratuitamente derramados, que no dependen del mérito ni de la santidad personal, ni tampoco son necesarios para llegar a la santidad. Sin embargo, el ejercicio abnegado de ellos de hecho produce progreso en la vida espiritual por ser actos de servicio al prójimo.
En cuanto a los Carismas o Gracias Extraordinarias, hay que tener muy presente otro consejo de San Pablo:
No apaguen el Espíritu, no desprecien lo que dicen los profetas. Examínenlo todo y quédense con lo bueno” (1a. Tes. 5, 19-21).
Y es así que mientras más se adelanta en la Oración, más debe acudirse a las necesidades del prójimo. La Oración que adormece, que ensimisma, no es genuina, pues la verdadera oración genera servicio a los hermanos. Para saber qué clase de oración se tiene, debemos medir cómo es nuestro compromiso con los demás, antes que apreciar cómo pasamos los ratos de oración.
La vida de oración debe ser un balance entre María y Marta, las hermanas de Lázaro (cfr. Lc. 10, 38-41), entre la vida contemplativa y la activa. A las almas de oración sin obras reprende la Santa, sin dejar a un lado su humor característico: "Cuando yo veo almas muy diligentes en entender la oración que tienen y muy encapotadas cuando están en ella, ... porque no se les vaya un poquito el gusto y devoción que han tenido, háceme ver cuán poco entienden del camino por donde se alcanza la unión, y piensan que allí está todo el negocio. Que no, hermanas, no; obras quiere el Señor, y si ves una enferma a quien puedes dar algún alivio ... te compadezcas de ella ... no tanto por ella, como porque sabes que Tu Señor quiere aquello".
Pero nuestra acción apostólica debe estar enraizada en Cristo, pues el apostolado no es labor humana, sino divina, a la cual prestamos nuestra colaboración, sólo como humildes instrumentos. Por ello el orante/apóstol debe sentir con Dios, debe poner su corazón en contacto con el de Dios, para que una vez lleno con el Amor de Dios por los hombres, se derrame en sus hermanos. Así, será el Amor de Dios y no el propio, imperfecto, el que continúe ayudando, sirviendo, actuando en el mundo. De allí que nuestro compromiso con los demás deba ser pasado por la oración, que si es genuina, es sitio desde donde se ven verdades, para evitar estar revelándonos a nosotros mismos, en vez de revelar a Aquél que es Todo Amor.
La Oración, así entendida, es presencia en los hombres y en la historia, desde Dios.

APOYOS EN LA ORACION

1. Vida sacramental:
EUCARISTIA Y CONFESION
La Oración debe estar centrada y enraizada en una vida sacramental fuerte y frecuente.
2. Comunidades de orantes (Grupos de Oración):
Sin desconocer su propia culpa, Sta. Teresa de Jesús achaca el tardío encauzamiento de su vida de oración a la falta de personas con quienes compartir y "tratar" de oración. Y atribuye al "trato" con personas de oración a su definitivo enrumbamiento por ese camino.
Así, Sta. Teresa asigna a un grupo de apoyo un valor excepcional en la promoción, mantenimiento y culminación de la vida de oración personal: “Aconsejaría o a los que tienen oración ... procuren amistad y trato con otras personas que traten de lo mismo ... Es cosa importantísima ... Gran mal es un alma sola entre tantos peligros ... Está todo el remedio de un alma en tratar con amigos de Dios". La comunicación de experiencias de oración es más pedagógico que todos los discursos sobre la oración.
3. El camino de santidad como subida a una montaña
El camino de la santidad se puede comparar con una excursión a la cima de una montaña, parodiando a San Juan de la Cruz con su "Subida al Monte Carmelo". Para ir de excursión se requieren ciertas cosas, que equivalen a los APOYOS necesarios en la Vida de Oración:
  • Agua: la Oración es esa "Agua Viva" que promete Jesús a la Samaritana y que a todos dará y no tendremos ya más sed.
  • Alimento: La Sagrada Eucaristía es el alimento de nuestra vida espiritual. La alimentación debe ser diaria, para de veras estar nutridos.
  • Medicina: La Confesión es la medicina con que cuenta nuestra alma caso de enfermarse o decaer.
  • Compañía: Una excursión no se hace sin acompañantes. Ser parte de una comunidad o grupo de oración es condición importante para la subida a la cima de la montaña de la santidad.

CONDICIONES PARA LA ORACION CONTEMPLATIVA.

1. Fe
Creer que Dios está aquí. Voy a mi habitación, como nos dice Jesucristo, viviendo la fe, la fe que me dice que mi Padre está allí. ¿Lo veo? No ... lo sé, pues Jesús me dice: "Tu Padre que ve los secretos te premiará" (Mt.6, 6).
2. Pureza de corazón
Buscar a Dios por lo que es y no por lo que da. "Buscar no los consuelos de Dios, sino el Dios de los consuelos" (Sta. Teresa de Jesús). Se trata de buscar al Señor y no los dones del Señor. Se debe esperar al Señor que es el imprevisible por excelencia y no los dones del Señor. Esto implica que se debe ir a la oración desapegado para encontrarse con el Señor en la forma que El elija: puede ser árida, fervorosa, sensible, contemplativa. El orante va a dar su vida, su ser, su "nada". En una palabra: se va a la oración a "dársele" uno a Dios.
3. Humildad
La Contemplación es don "que no se puede merecer" (Sta. Teresa). Reconocerse "nada" ante Dios, pues lo somos. Dios es el "Todo". Sus creaturas nada somos, nada podemos, nada tenemos fuera de El. Creer esto de veras es comenzar a ser humilde.
4. Sencillez, pobreza e infancia espiritual
"Yo te alabo, Padre, porque has mantenido ocultas estas cosas a los sabios y entendidos y las has revelado a los sencillos. Sí, Padre, así te pareció bien" (Mt.11, 25). Hacernos sencillos, es decir, sabernos incapaces, para poder recibir en la oración la Sabiduría que viene de Dios. Hacernos pobres en el espíritu para dejarnos colmar de todos los bienes del Señor, a través de la oración. Hacernos pequeños para que Dios pueda crecer en nosotros a través de la oración. Hacerse niños para poder creer y confiar en Dios nuestro Padre como los niños confían en sus padres.
5. Deseo inicial de oración y perseverancia
A esto llama Sta. Teresa "determinada determinación", que se requiere para iniciar el camino de oración y para mantenerse en él, y que es necesaria para poder enfrentar las resistencias que emergen de nuestro interior, así como los obstáculos externos, entre los cuales incluye "los miedos que os opusieren y los peligros que os pintaren".
Los primeros obstáculos que se anteponen a la oración son el temor y la duda.
Pero la determinación no es sólo necesaria para el arranque inicial, sino sobre todo para continuar en el camino. Conocía muy bien por experiencia Sta. Teresa, cómo las mejores determinaciones no resistían el paso del tiempo y el acoso de las tentaciones. Por eso decía: "Somos francos de presto y después tan escasos". Y recomendaba: "A los que han comenzado, que no baste nada para hacerlos tornar atrás ... que no deje lo comenzado".
6. Entrega de la voluntad
La Oración de Contemplación requiere una entrega total, un "sí" incondicional y constante. Buscar a Dios para dárnosle, sólo porque El es. El orante "ha de ir contento por el camino que le llevare el Señor" (Sta. Teresa). Entregar la voluntad es ir conformando la voluntad con la de Dios; no imponerle a Dios nuestra propia voluntad. Entregar la voluntad es ir aceptando los planes de Dios para nuestra vida; no es imponer a Dios nuestros propios planes. Entregar la voluntad es cooperar con los proyectos que Dios tiene para nuestra existencia; no es exigir a Dios Su cooperación para los proyectos que nosotros nos hemos hecho. Entregar la voluntad es esperar pacientemente el momento del Señor, pues Dios tiene sus ritmos y sus tiempos. "Su Majestad sabe mejor lo que nos conviene; no hay para qué le aconsejar lo que ha de dar". Entregar nuestra libertad para que El pueda hacer en nosotros según Su Voluntad es condición
importante para la Contemplación.
7. Vivir el presente
Para orar hay que centrarse en el momento presente. No hay que hurgar en el pasado -salvo en los casos en que debemos revisarlo para corregir nuestras tendencias. Tampoco hay que pensar en el futuro, sobre nuestros planes y deseos. Hay que estar en el ahora: aquí está Dios. La siguiente experiencia mística puede mostrar cuán importante es esta condición para la oración:
"Estaba lamentándome del pasado y temiendo el futuro. De repente mi Señor estaba hablando: MI NOMBRE ES 'YO SOY' ... Cuando vives en el pasado con sus errores y pesares, es difícil, Yo no estoy allí. MI NOMBRE NO ES 'YO FUI' ... Cuando vives en el futuro con sus problemas y temores, es difícil. Yo no estoy allí. MI NOMBRE NO ES 'YO SERE' ... Cuando vives en este momento, no es difícil. Yo estoy aquí. MI NOMBRE ES 'YO SOY'" (Poema de Hellen Mallicoat).

¿COMO ORAR? ¿COMO HACER ORACION DE CONTEMPLACION?


1. Se requiere soledad y silencio:


Hay que empezar por crear soledad. "Así lo hacía El siempre que oraba", dice Sta. Teresa. Soledad para entender "con Quién estamos". Silencio del cuerpo y de la mente para buscar a Dios en nuestro interior. Es en el silencio cuando Dios se comunica mejor al alma y el alma puede mejor captar a Dios. En el silencio el alma se encuentra con su Dios y se deja amar por El.

2. ¿Quién puede hacer este tipo de oración?


Según Sta. Teresa, la oración de contemplación es la "Fuente de Agua Viva" que prometió el Señor a la Samaritana (cfr. Jn. 4). "Mirad que os llama a todos ... no dijo a unos daré y a otros no". Es decir, no dijo que daría de esta "Agua" a ciertos escogidos, sino dijo: "Todo el que beba de este agua, no volverá a tener sed" (Jn. 4, 13).

3. Nuestra participación en la oración


La persona debe poner su deseo y su disposición, principalmente su actitud de silencio (apagar ruidos exteriores e interiores). El silencio aún no es contemplación, pero es el esfuerzo que Dios requiere para dársenos y transformarnos. Además, orar se aprende orando, "sin desfallecer", como dice el Señor. La única forma de aprender a orar es: orar, orar, orar.

4. La participación de Dios


La participación de Dios escapa totalmente nuestro control y El -soberanamente- escoge cómo ha de ser su acción en el alma del que ora. En ese silencio de la oración contemplativa Dios puede revelarse o no, otorgando o no gracias místicas o contemplativas. Esta parte, el don de Dios, no depende del orante, sino de El mismo, que se da a quién quiere, cómo quiere, cuándo quiere y dónde quiere. La efectividad de la oración contemplativa no se mide por el número ni la intensidad de las gracias místicas, sino por la intensidad de nuestra transformación espiritual: crecimiento en virtudes, desapego de lo material, entrega a Dios, aumento en los frutos del Espíritu, etc.
La oración contemplativa es siempre una experiencia transformante, haya gracias místicas o no.

ETAPAS o NIVELES en la VIDA de ORACION CONTEMPLATIVA

1. Según Santa Teresa de Jesús:

Sta. Teresa de Jesús refiere siete niveles, "Siete Moradas", en el camino de oración que es para ella la "historia de amistad con Dios", que van desde la conversión inicial en que comienza el trato con Dios, pasando por la ORACION DE UNION en la que la voluntad del orante y la de Dios son una sola, y culminando en el MATRIMONIO ESPIRITUAL, o sea, la unión total del alma con Dios, que bien la describe San Pablo: "Vivo ya no yo, sino es Cristo Quien vive en mí" (Gal.2, 20). Estos niveles que Sta. Teresa distingue y que varían según haya mayor, menor o ninguna intervención de las potencias del alma (voluntad, entendimiento y memoria) son los siguientes:
  • Trato inical con Dios
  • Oración de recogimiento
  • Oración de quietud
  • Sosiego de potencias
  • Oración de unión
  • Desposorio espiritual
  • Matrimonio espiritual
2. Según otros autores espirituales:

Otros escritores espirituales han descrito este camino de santificación en formas análogas: La Subida al Monte Carmelo de San Juan de la Cruz tiene tres etapas; doce son los peldaños de la escalera de la Humildad de San Benito; tres las etapas del desarrollo del hombre (infancia, adolescencia y madurez) de Sto. Tomás de Aquino. Un autor espiritual más reciente, Reginald Garrigou-Lagrange, o.p. (cfr. "Las Tres Etapas de la Vida Interior", 1944) toma de todos y basándose en el Evangelio, describe la vida espiritual también en tres etapas, cada una precedida de un momento de crisis o transición que denomina "conversión".
Las diferentes etapas no deben tomarse rígidamente, pues pueden darse características propias de una de las fases en alguna otra. Pueden también darse momentos de avance considerable o de regresiones a etapas anteriores. Se utiliza la división sólo como una herramienta para poder describir este complejo proceso del que sólo Dios y el alma son autores y que varía de una persona a otra, según los designios divinos y la fidelidad de la persona en su respuesta a la gracia.
Tanto Sta. Teresa de Jesús, como San Juan de la Cruz, ambos Doctores de la Iglesia y de quien el Papa Juan Pablo II dijo que en ellos veneraba a los maestros espirituales de su vida interior, asocian los diferentes grados de oración contemplativa (camino de oración) con el camino de la santificación..

LAS GOTAS DE AGUA EN EL VINO

Con este signo el sacerdote le pide a Dios que una nuestras vidas a la suya. AI momento de preparar sobre el Altar el pan y el vino "el Diácono u otro ministro, pasa al sacerdote la panera con el pan que se va a consagrar; vierte el vino y unas gotas de agua en el cáliz.." (Misal Romano Nº 133). El instante en que se echa el agua se acompaña con una oración que se dice en secreto: "El agua unida al vino sea signo de nuestra participación en la vida divina de quien ha querido compartir nuestra condición humana.
San Cipriano, a mediados del siglo II, escribió sobre este gesto litúrgico, lo siguiente:“en el agua se entiende el pueblo y en el vino se manifiesta la Sangre de Cristo. Y cuando en el cáliz se mezcla agua con el vino, el pueblo se junta a Cristo, y el pueblo de los creyentes se une y junta a Aquel en el cual creyó. La cual unión y conjunción del agua y del vino de tal modo se mezcla en el cáliz del Señor que aquella mezcla no puede separarse entre sí. Por lo que nada podrá separar de Cristo a la Iglesia (...) Si uno sólo ofrece vino, la Sangre de Cristo empieza a estar sin nosotros, y si el agua está sola el pueblo empieza a estar sin Cristo. Más cuando uno y otro se mezclan y se unen entre sí con la unión que los fusiona, entonces se lleva a cabo el sacramento espiritual y celestial” (Carta Nº 63, 13).

EL SACERDOTE SE LAVA LAS MANOS ANTES DE LA CONSAGRACIóN

Lo hace como gesto de purificación. El sacerdote se lava las manos para pedirle a Dios que lo purifique de sus pecados.

PONERSE DE PIE

Es la postura más usada en la Misa. Al orar de pie los cristianos “significamos” nuestra dignidad de hijos de Dios. Como tenemos en nosotros el Espíritu que nos hace exclamar “Abba”, “nos atrevemos” a llamar a Dios “Padre” y estar de pie delante de él. Es una actitud de cariñosa confianza hacia Dios a quien vemos, sobre todo, como Padre.
Es una actitud que indica “prontitud”, estar disponible, preparado para la acción. Por tanto indica decisión y voluntad para seguir al Señor. Desde el comienzo fue la actitud general de los cristianos: orar de pie, con los brazos extendidos (o levantados) y mirando hacia el oriente (a la salida del sol).
Es también señal de alegría. Durante el primer milenio, los cristianos tuvieron prohibido arrodillarse en la liturgia de los domingos, pues -como sabemos- el día del Señor conmemora la Pascua, la Resurrección de Jesús.
Así como la muerte es “estar postrado”, la resurrección es un levantarse, un “volver a estar de pie”. Por eso esta postura manifiesta también nuestra fe en Jesús resucitado.

ARRODILLARSE

Estar de rodillas es una actitud de humildad. Expresa arrepentimiento y penitencia. Nos recuerda a Pedro cayendo de rodillas y exclamando: “Apártate de mí, Señor, que soy un pecador” (Lucas 5,8). Pero el cristiano se arrodilla ante Dios precisamente porque el es Dios, el único Señor del universo. Es un signo de Adoración que da a la oración un acento muy particular. (Haga la prueba de arrodillarse, inclinar la cabeza y juntar las manos en actitud de súplica...)
Este sentido de adoración tiene hacer la genuflexión cuando entramos en la iglesia o delante del sagrario (allí donde hay una lamparita encendida para señalar que está Jesús presente en la Eucaristía). San Pablo se refiere a esta actitud en Efesios 3,14: “Doblo mis rodillas delante del Padre de quien procede toda paternidad” y el mismo Jesús “puesto de rodillas” oró durante su agonía en Getsemaní (Mt. 26,39)

LOS GOLPES DE PECHO

Gesto penitencial y de humildad. Es uno de los gestos más populares al menos en cuanto a expresividad.
Así describe Jesús al publicano (Lc 18, 9-14). El fariseo oraba de pie: “no soy como los demás”... “En cambio el publicano no se atrevía ni a alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo: Oh Dios, ten compasión de mí, que soy un pecador”.
Cuando para el acto penitencial al inicio de nuestra Eucaristía elegimos la fórmula “Yo confieso”, utilizamos también nosotros el mismo gesto cuando a las palabras “por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa” nos golpeamos el pecho con la mano.
Y es también la actitud de la muchedumbre ante el gran acontecimiento de la muerte de Cristo: “y todos los que habían acudido a aquel espectáculo, al ver lo que pasaba, se volvieron golpeándose el pecho...” (Lc 23,48)

PARTIR EL PAN

El origen de este gesto en nuestra Eucaristía lo conocemos todos. La cena judía, sobretodo la pascual, comenzaba con un pequeño rito: el padre de familia partía el pan para repartirlo a todos, mientras pronunciaba una oración de bendición a Dios.
Este gesto expresaba la gratitud hacia Dios y a la vez el sentido familiar de solidaridad en el mismo pan. Muchos hemos conocido cómo en nuestras familias el momento de partir el pan al principio de la comida se consideraba como un pequeño pero significativo rito. Como el que se hace solemnemente cuando unos novios parten el pastel de bodas y los van repartiendo a los comensales que los acompañan. Cristo también lo hizo en su última cena: “Tomó el pan, dijo la bendición, lo partió y se lo dio...”. Más aún: fue este el gesto el que más impresionó a los discípulos de Emaús en su encuentro con Jesús Resucitado. “Le reconocieron al partir el pan”. Y fue este el rito simbólico que vino a dar nombre a toda la celebración Eucarística en la primera generación.
Primer significado de este gesto :
El Cuerpo “entregado roto” de Cristo
La fracción del pan puede tener, ante todo, un sentido de cara a la Pasión de Cristo. El pan que vamos a recibir es el Cuerpo de Cristo, entregado a la muerte, el Cuerpo roto hasta la última donación, en la Cruz. En el rito bizantino hay un texto que expresa claramente esta dirección: “se rompe y se divide el Cordero de Dios, el Hijo del Padre; es partido pero no se disminuye: es comido siempre, pero no se consume, sino que a los que participan de él, los santifica”.

Segundo significado: Signo de la unidad fraterna

El Misal Romano explica:
“por la fracción de un solo pan se manifiesta la unidad de los fieles” (IGMR 48)“el gesto de la fracción del pan que era el que servía en los tiempos apostólicos para denominar la misma Eucaristía, manifestará mejor la fuerza y la importancia del signo de la unidad de todos en un solo pan y de la caridad, por el hecho de que un solo pan se distribuye entre hermanos” (IGMR 283).

COMER EL PAN

Juntamente con el "beber", el "comer" es el gesto central de la Eucaristía cristiana. Si el Antiguo Testamento empieza con el "no coman" del Génesis, en el Nuevo Testamento escuchamos el testamento: "tomen y coman". Y si entonces la consecuencia era: "el día que comas de él, morirás", ahora la promesa es la contraria: "el que come... tiene vida eterna".
El comer, ya humanamente, tiene el valor del alimento y la reparación de las fuerzas. Pero a la vez tiene connotaciones simbólicas muy expresivas: comer como fruto del propio trabajo, comer en familia, comer con los amigos, comer en clima de fraternidad, comer con sentido de fiesta. En el contexto cristiano de la Eucaristía, el comer tiene igualmente varios sentidos. Al comer el pan, estamos convencidos de que nos alimentamos con el Cuerpo de Cristo. Su palabra ("esto es mi Cuerpo") sigue eficaz y su Espíritu es el que ha dado a ese pan que hemos depositado sobre el altar su nueva realidad: ser el Cuerpo del Señor glorificado, que ha querido se nuestro alimento. Este es el primer sentido que Cristo ha querido dar a la comida eucarística: "mi carne es verdadera comida". El es el "viático", el alimento para el camino de los suyos.
También hay otros valores y gracias que Cristo expresa en el evangelio con este simbolismo de la comida: el perdón, la alegría del reencuentro, la fiesta, la plenitud y la felicidad del Reino futuro. Basta recordar la parábola del hijo pródigo, acogido en casa con una buena comida; o la de las bodas del rey; o la multiplicación de los panes y peces en el desierto, o la expresiva presencia de Jesús en comidas en casa de Zaqueo, de Mateo, del fariseo, de Lázaro. Y las comidas de Jesús con sus discípulos, tanto antes como después de la Pascua, que ellos recordarán muy a gusto. (Cf Hech 10,40).Además, Pablo entenderá la comida como símbolo de la fraternidad eclesial. el pan de la Eucaristía, además de unirnos a Cristo, participando de su Cuerpo, es también lo que construye la comunidad: "un pan y un cuerpo somos, ya que participamos de un solo Pan" (1 Cor 10,16-17). "Comer con" por ejemplo con los cristianos procedentes del paganismo, es un signo expresivo y favorecedor de la unidad de todos en la Iglesia, sea cual sea su origen (Cf la discusión entre Pablo y Pedro en Hech 11,3 y Gál 2,12).

EL MOMENTO DE LA COMUNIÓN

De la palabra latina "communio", acción de unir, de asociar y participar (correspondiente a la griega "koinonía") "comunión" significa la unión de las personas, o de una comunidad, o la comunión de los Santos en una perspectiva eclesial más amplia, o la unión de cada uno con Cristo o con Dios.
Aquí la miramos desde el punto de vista eucarístico: la participación de los fieles en el Cuerpo y Sangre de Cristo. Este es el momento en verdad culminante de la celebración de la Eucaristía. Después de que Cristo se nos ha dado como palabra salvadora, ahora, desde su existencia de Resucitado, se quiere hacer nuestro alimento para el camino de nuestra vida terrena y como garantía de la eterna.
La comunión tiene a la vez sentido vertical, de unión eucarística con Cristo, y horizontal, de sintonía con la comunidad eclesial. Por eso la "excomunión" significa también la exclusión de ambos aspectos. El Misal (IMGR 56) invita a una realización lo más expresiva posible de la comunión eucarística:
Con una oración o un silencio preparatorio, por parte del presidente y de la comunidad;
Una procesión desde los propios lugares hacia el ámbito del altar,
Mientras se canta un canto que une a todos y les hace comprender más en profundidad el misterio que celebran,
La invitación oficial a acercare a la mesa del Señor: "Este es el Cordero de Dios", invitación que apunta al banquete escatológico del cielo ("dichosos los invitados a la Cena del Cordero"),
La mediación de la Iglesia en este gesto central (no "coge" la comunión cada uno, sino que la recibe del ministro),
Con un diálogo que ahora ha vuelto a la expresiva sencillez de los primeros siglos ("el Cuerpo de Cristo. Amén", "la Sangre de Cristo, Amén")
Con pan que aparezca como alimento, consagrado y partido en la misma Misa, para significar también la unidad fraterna de los que participan del mismo sacrificio de Cristo,
Recibido en la mano o en la boca, a voluntad del fiel, allí donde los Episcopados lo hayan decidido (en España desde el 1976, en Italia desde 1989, en México desde 1978),
A ser posible también participando del vino, que expresa mejor que Cristo nos hace partícipes de su sacrifico pascual en la cruz y de la alegría escatológica, y
Con unos momentos de interiorización después de la comunión. Casos especiales son el de la primera comunión, en la que los cristianos participan por primera vez plenamente de la celebración eucarística de la comunidad: no sólo en sus oraciones, lecturas y cantos, sino también en el Cuerpo y Sangre de Cristo.
Tiene especial sentido la Comunión llevada a los enfermos, ahora eventualmente por medio de los ministros extraordinarios de la comunión, a ser posible como prolongación de la celebración comunitaria dominical. Particular relieve merece la comunión que se recibe como viático, en punto de muerte. Y finalmente, la comunión recibida fuera de la Misa, caso repetido sobre todo en lugares donde no pueden participar diaria ni siquiera dominicalmente de la Eucaristía completa, pero sí escuchar la palabra, orar en común y comulgar, en las condiciones que establecen el "Ritual del culto y de la comunión fuera de la Misa" (1973) y la instrucción "Inmensae cariatis" (1973). Respecto a repetir la comunión el mismo día, según el Código de Derecho Canónico (c. 917), "quien ya ha recibido la santísima Eucaristía puede de nuevo recibirla el mismo día solamente dentro de la celebración eucarística en la que participe", norma que ha recibido la interpretación oficial de que se puede hacer "una segunda vez".

EL CIRIO PASCUAL

Del latín "cereus", de cera, el producto de las abejas. Ya hablamos en la voz "candelas candelabros" sobre el uso humano y el sentido simbólico de la luz que producen los cirios, y también del uso que en la liturgia cristiana hacemos de ese simbolismo. El cirio más importante es el que se enciende en la Vigilia Pascual como símbolo de la luz de Cristo, y los cirios que se reparten entre la comunidad, para significar nuestra participación en esa misma luz. El Cirio Pascual es ya desde los primeros siglos uno de los símbolos más expresivos de la Vigilia. En medio de la oscuridad (toda la celebración se hace de noche y empieza con las luces apagadas), de una hoguera previamente preparada se enciende el Cirio, que tiene una inscripción en forma de Cruz, acompañada de la fecha y de las letras Alfa y Omega, la primera y la última del agabeto griego, para indicar que la Pascua de Cristo, principio y fin de el tiempo y de la eternidad, nos alcanza con fuerza siempre nueva en el año concreto en que vivimos. En la procesión de entrada se canta por tres veces la aclamación al Cirio: "Luz de Cristo. Demos gracias a Dios", mientras progresivamente se van encendiendo los cirios de los presentes. Luego se coloca en la columna o candelero que va a ser su soporte, y se entona en torno de él, después de incensarlo, el solemne Pregón Pascual.
Además del símbolo de la luz, se le da también el de la ofrenda:cera que se gasta en honor de Dios, esparciendo su luz: "Acepta, padre santo, el sacrificio vespertino de esta llama, que la santa Iglesia te ofrece en la solemne ofrenda de este cirio, obra de las abejas. Sabemos ya lo que anuncia esta columna de fuego, ardiendo en llama viva para gloria de Dios... Te rogamos que este Cirio, consagrado a tu nombre, arda sin apagarse para destruir la oscuridad de esta noche..."
Lo que van anunciando las lecturas, oraciones y cantos, el Cirio lo dice con el lenguaje humilde pero diáfano de su llama viva. La Iglesia, la esposa, sale al encuentro de Cristo, el Esposo, con la lámpara encendida en la mano, gozándose con él en la noche victoriosa de su Pascua.El Cirio estará encendido en todas las celebraciones durante las siete semanas de la cincuentena, al lado del ambón de la Palabra, hasta terminar el domingo de Pentecostés. Luego, durante el año, se encenderá en la celebración de los bautizos y de las exequias, el comienzo y la conclusión de la vida: un cristiano participa de la luz de Cristo a lo largo de todo su camino terreno, como garantía de su definitiva incorporación a la luz de la vida eterna.

LA CENIZA

La ceniza, del latín "cinis", es producto de la combustión de algo por el fuego. Muy fácilmente adquirió un sentido simbólico de muerte, caducidad, y en sentido trasladado, de humildad y penitencia. En Jonás 3,6 sirve, por ejemplo, para describir la conversión de los habitantes de Nínive. Muchas veces se une al "polvo" de la tierra: "en verdad soy polvo y ceniza", dice Abraham en Gén. 18,27. El Miércoles de Ceniza, el anterior al primer domingo de Cuaresma (muchos lo entenderán mejor diciendo que es le que sigue al carnaval), realizamos el gesto simbólico de la imposición de ceniza en la frente (fruto de la cremación de las palmas del año pasado). Se hace como respuesta a la Palabra de Dios que nos invita a la conversión, como inicio y puerta del ayuno cuaresmal y de la marcha de preparación a la Pascua. La Cuaresma empieza con ceniza y termina con el fuego, el agua y la luz de la Vigilia Pascual. Algo debe quemarse y destruirse en nosotros -el hombre viejo- para dar lugar a la novedad de la vida pascual de Cristo.Mientras el ministro impone la ceniza dice estas dos expresiones, alternativamente: "Arrepiéntete y cree en el Evangelio" (Cf Mc1,15) y "Acuérdate de que eres polvo y al polvo has de volver" (Cf Gén 3,19): un signo y unas palabras que expresan muy bien nuestra caducidad, nuestra conversión y aceptación del Evangelio, o sea, la novedad de vida que Cristo cada año quiere comunicarnos en la Pascua.

EL AGUA

El agua es una realidad que ya humanamente tiene muchos valores y sentidos: sacia la sed, limpia, es fuente de vida, origina la fuerza hidráulica...También nos sirve para simbolizar realidades profundas en el terreno religioso la pureza interior, sobre todo. Por eso se encuentran las abluciones o los baños sagrados en todas las culturas y religiones (a orillas del Ganges para los indios, del Nilo para los egipcios, del Jordán para los judíos).
Para los cristianos el agua sirve muy expresivamente para simbolizar lo que Cristo y su salvación son para nosotros: Cristo es el "agua viva" que sacia definitivamente nuestra sed (coloquio con la samaritana: Jn 4); el agua sirve también para describir la presencia vivificante del Espíritu (Jn 7, 37-39) y para anunciar la felicidad el cielo (Apoc 7, 17; 22, 1).
En nuestra liturgia es lógico que también se utilice este simbolismo. A veces se usa el agua sencillamente con una finalidad práctica: por ejemplo en las abluciones de las manos después de ungir con los Santos Oleos o de los vasos empleados en la Eucaristía. Otras veces un gesto que en su origen había sido "práctico" ha adquirido ahora un simbolismo: como la mezcla del agua en el vino, que en siglos pasados era necesario por la excesiva gradación del vino, y que luego adquirió el simbolismo de nuestra humanidad incorporada a la divinidad de Cristo.
Pero el agua tiene muchas veces un sentido simbólico: lavarse las manos para indicar la purificación que el sacerdote más que nadie necesita, o lavar los pies para expresar la actitud de servicio. Sobre todo el agua nos hace celebrar significativamente el Bautismo con el gesto de la inmersión en agua (bautismo significa inmersión" en griego): porque es un sacramento que nos hace sumergirnos sacramentalmente en Cristo, en su muerte y resurrección, y nos engendra a la vida nueva. La aspersión de la comunidad con agua en la Vigilia Pascual, o en el rito de entrada de la Eucaristía dominical, o el santiguarse con agua al entrar en la Iglesia, son recuerdos simbólicos del Bautismo. También el hecho de las casas (de las casas, de los objetos, de las personas) o el gesto de aspersión en las exequías se realicen con agua, quiere prolongar el simbolismo purificador y vitalizador del Bautismo.En el rito de la Dedicación de iglesias se asperjan con agua las paredes, el altar y finalmente el pueblo cristiano: siempre con la misma intención "bautismal", que coenvuelve a las personas, al edificio y a los objetos de nuestro culto. Todo queda incorporado a la Pascua de Cristo. Otro significado del simbolismo del agua es su cualidad de apagar la sed del hombre. Sed que no es sólo material, sino que muy expresivamente puede referirse s los deseos más profundos del ser humano: la felicidad, la libertad, el amor, etc.

EL AGUA

El agua es una realidad que ya humanamente tiene muchos valores y sentidos: sacia la sed, limpia, es fuente de vida, origina la fuerza hidráulica...También nos sirve para simbolizar realidades profundas en el terreno religioso la pureza interior, sobre todo. Por eso se encuentran las abluciones o los baños sagrados en todas las culturas y religiones (a orillas del Ganges para los indios, del Nilo para los egipcios, del Jordán para los judíos).
Para los cristianos el agua sirve muy expresivamente para simbolizar lo que Cristo y su salvación son para nosotros: Cristo es el "agua viva" que sacia definitivamente nuestra sed (coloquio con la samaritana: Jn 4); el agua sirve también para describir la presencia vivificante del Espíritu (Jn 7, 37-39) y para anunciar la felicidad el cielo (Apoc 7, 17; 22, 1).
En nuestra liturgia es lógico que también se utilice este simbolismo. A veces se usa el agua sencillamente con una finalidad práctica: por ejemplo en las abluciones de las manos después de ungir con los Santos Oleos o de los vasos empleados en la Eucaristía. Otras veces un gesto que en su origen había sido "práctico" ha adquirido ahora un simbolismo: como la mezcla del agua en el vino, que en siglos pasados era necesario por la excesiva gradación del vino, y que luego adquirió el simbolismo de nuestra humanidad incorporada a la divinidad de Cristo.
Pero el agua tiene muchas veces un sentido simbólico: lavarse las manos para indicar la purificación que el sacerdote más que nadie necesita, o lavar los pies para expresar la actitud de servicio. Sobre todo el agua nos hace celebrar significativamente el Bautismo con el gesto de la inmersión en agua (bautismo significa inmersión" en griego): porque es un sacramento que nos hace sumergirnos sacramentalmente en Cristo, en su muerte y resurrección, y nos engendra a la vida nueva. La aspersión de la comunidad con agua en la Vigilia Pascual, o en el rito de entrada de la Eucaristía dominical, o el santiguarse con agua al entrar en la Iglesia, son recuerdos simbólicos del Bautismo. También el hecho de las casas (de las casas, de los objetos, de las personas) o el gesto de aspersión en las exequías se realicen con agua, quiere prolongar el simbolismo purificador y vitalizador del Bautismo.En el rito de la Dedicación de iglesias se asperjan con agua las paredes, el altar y finalmente el pueblo cristiano: siempre con la misma intención "bautismal", que coenvuelve a las personas, al edificio y a los objetos de nuestro culto. Todo queda incorporado a la Pascua de Cristo. Otro significado del simbolismo del agua es su cualidad de apagar la sed del hombre. Sed que no es sólo material, sino que muy expresivamente puede referirse s los deseos más profundos del ser humano: la felicidad, la libertad, el amor, etc.

LA SEÑAL DE LA CRUZ

No nos damos mucha cuenta, porque ya estamos acostumbrados a ver la Cruz en la Iglesia, en nuestras casas, pero la Cruz es una verdadera cátedra, desde la que Cristo nos predica siempre la gran lección del cristianismo.
La Cruz resume toda la teología sobre Dios, sobre el misterio de la salvación en Cristo, sobre la vida cristiana.
La Cruz es todo un discurso: Nos presenta a un Dios trascendente pero cercano; un Dios que ha querido vencer el mal con su propio dolor; un Cristo que es juez y Señor, pero a la vez siervo, que ha querido llegar a la entrega total de sí mismo, como imagen plástica del amor y de la condescendencia de Dios; un Cristo que en su Pascua – muerte y resurrección- ha dado al mundo la reconciliación.
Los cristianos con frecuencia hacemos con la mano la señal de la Cruz, o nos la hacen otros, como en el caso del bautismo o de las bendiciones.
Es un gesto sencillo pero lleno de significado. Esta señal de la Cruz es una verdadera confesión de fe: Dios nos ha salvado en la Cruz de Cristo. Es un signo de pertenencia, de posesión: al hacer sobre nuestra personas este signo es como si dijéramos: “estoy bautizado, pertenezco a Cristo, El es mi Salvador, la cruz de Cristo es el origen y la razón de ser de mi existencia cristiana...”.Los cristianos debemos reconocer a la Cruz todo su contenido para que no sea un símbolo vacío. Y entonces sí, puede ser un signo que continuamente nos alimente la fe y el estilo de vida que Cristo nos enseñó. Si entendemos la Cruz y nuestro pequeño gesto de la señal de la Cruz es consciente, estaremos continuamente reorientando nuestra vida en la dirección buena.

EL SACERDOTE BESA EL LIBRO DE LOS EVANGELIOS


Al hacerlo el sacerdote dice en voz baja: “Las palabras del Evangelio borren nuestros pecados”. Esta frase expresa el deseo de que la Palabra evangélica ejerza su fuerza salvadora perdonando nuestros pecados. Besar el Evangelio es un gesto de fe en la presencia de Cristo que se nos comunica como la Palabra verdadera.

EL SALUDO DE LA PAZ

El Misal describe así el gesto de la paz: Los fieles “imploran la paz y la unidad para la Iglesia y para toda la familia humana, y se expresan mutuamente la caridad, antes de participar de un mismo pan” (IGMR 56b).

a) Se trata de la paz de Cristo: “Mi paz os dejo, mi paz os doy”. El saludo y el don del Señor que se comunica a los suyos en la Eucaristía. No una paz que conquistemos nosotros con nuestro esfuerzo, sino que nos concede el Señor.

b) Un gesto de fraternidad cristiana y eucarística: Un gesto que nos hacemos unos a otros antes de atrevernos a acudir a la comunión: para recibir a Cristo nos debemos sentir hermanos y aceptarnos los unos a los otros. Todos somos miembros del mismo Cuerpo, la Iglesia de Cristo. Todos estamos invitados a la misma mesa eucarística. Darnos la paz es un gesto profundamente religioso, además de humano. Está motivado por la fe más que por la amistad: reconocemos a Cristo en el hermano al igual que lo reconocemos en el pan y el vino.

LA IMPOSICIÓN DE MANOS

En el Nuevo Testamento la acción e imponer sobre la cabeza de uno las manos tiene significados distintos, según el contexto en el que se sitúe. Ante todo puede ser la bendición que uno transmite a otro, invocando sobre él la benevolencia de Dios.
Así , Jesús imponía las manos sobre los niños, orando por ellos.
La despedida de Jesús en su Ascensión , se expresa también con el mismo gesto: “alzando las manos los bendijo” (Lc 24,50).
Es una expresión que muchas veces se relaciona a la curación. Jairo pide a Jesús: “Mi hija está a punto de morir; ven impón tus manos sobre ella para que se cure y viva” (Mc 5,23).
Imponer las manos sobre la cabeza de una persona, significa en muchos otros pasajes, invocar y transmitir sobre ella el don del Espíritu Santo para una misión determinada. Así pasa con los elegidos para el ministerio de diáconos en la comunidad primera: “hicieron oración y les impusieron las manos” (Hch 6,6).
Hay dos momentos en la celebración de la Eucaristía en que el gesto simbólico tiene particular énfasis.
Ante todo cuando el presidente, en la Plegaria Eucarística, invoca por primera vez al Espíritu (epíclesis), extendiendo sus manos sobre el pan y el vino: “santifica estos dones con la efusión de tu Espíritu”.
La Bendición Final es el segundo momento en el que el gesto de la imposición adquiere especial énfasis.
Este gesto nos habla también del don de Dios y la mediación eclesial:
Estupendo binomio: la mano y la palabra. Unas manos extendidas hacia una persona o una cosa, y unas palabras que oran o declaran. Las manos elevadas apuntando al don divino, y a la vez mantenidas sobre esta persona o cosa, expresando la aplicación o atribución del mismo don divino a estas criaturas. La mano poderosa de Dios que bendice, que consagra, que inviste de autoridad, es representada sacramentalmente por la ,mano de un ministro de la Iglesia, extendida con humildad y confianza sobre las personas o los elementos materiales que Dios quiere santificar.

EL INCIENSO

¿Qué quiere simbolizar el incienso?

Lo que el incienso quiere significar en nuestra liturgia nos lo han ido explicando los varios documentos con sus explicaciones.
El incienso crea una atmósfera agradable y festiva en torno a lo que se inciensa, a la vez que crea un aire entre misterioso y sagrado por la sutil impalpabilidad de su perfume y de su humo.
Expresa elegantemente el respeto y la reverencia hacia una persona o hacia algún símbolo de Cristo.
Pero más en profundidad indica la actitud de oración y elevación de la mente hacia Dios. Ya el Salmo 140 nos hace decir: “suba mi oración como incienso en tu presencia”.
El incienso es símbolo, sobre todo, de la actitud de ofrenda y sacrificio de los creyentes hacia Dios. El incienso une de algún modo a las personas con el altar, con sus dones y sobre todo con Cristo Jesús que se ofrece en sacrificio.

¿A quiénes se inciensa?

-El Misal Romano sugiere con libertad el uso del incienso en estos momentos de la Misa:
Durante la procesión de entrada
Al comienzo de la Misa para incensar el altar
En la procesión y proclamación del evangelio
En el ofertorio, para incensar las ofrendas, el altar, el presidente y el pueblo cristiano
En la ostensión del Pan consagrado y del Cáliz después de la consagración (IGMR 235)
a) Llevar incienso en la procesión de entrada e incensar el altar que va a ser el centro de la celebración eucarística, puede indicar el respeto al lugar, a las personas y al altar, o simplemente significar el tono festivo y sagrado de la acción que empieza. Pero el Misal no da demasiado relieve a este primer gesto: siempre se ha considerado más importante la incensación del altar en el ofertorio.

b) La incensación del evangelio fue entrando a partir del siglo XI como signo de honor y respeto hacia Aquél cuyas palabras vamos a escuchar. El Misal (IGMR 33 y 35) explica por qué en el momento del evangelio se acumulan los signos de especial veneración: el lector ordenado, la postura de pie, el beso y otras muestras de honor entre las que hay que recordar el incienso.

c) El uso del incienso en el ofertorio tiene especial interés. El altar y las ofrendas de pan y vino sobre él se inciensan “para significar de este modo que la oblación de la Iglesia y su oración suben ante el trono de Dios como el incienso” (IGMR 51).
En este momento “también el sacerdote y el pueblo pueden ser incensados”. Junto con el pan y el vino ofrecidos sobre el altar, y que son incensados, también el presidente se ofrece a sí mismo, y con él toda la comunidad y así se convierten ellos mismos en ofrenda y sacrificio, unidos e incorporados al sacrificio de Cristo. Son las personas, principalmente, las que vienen a ser simbolizadas como ofrenda y homenaje a Dios, con el gesto del incienso. Si nada más fuera un gesto de honor, se quedaría la asamblea sentada mientras la inciensan. En cambio, se pone de pie para indicar su actitud positiva, comprometida, de unión espiritual con las ofrendas eucarísticas.

d) En la consagración el acto de la incensación manifiesta al Señor mismo. Todas las incensaciones se dirigen a los signos sacramentales de la presencia del Señor: el altar, la cruz, el libro del evangelio, el presidente, la asamblea. Ahora se inciensa el pan y el vino consagrados, el signo central y eficaz de la auto-donación de Cristo.

EL FUEGO

En nuestras celebraciones:

Aparece en forma de lámparas y cirios encendidos durante la celebración o delante del sagrario.
Aparte del simbolismo de la luz entra aquí también esa misteriosa realidad que se llama fuego: la llama que se va consumiendo lentamente mientras alumbra, embellece, calienta, dando sentido familiar a la celebración.

- Vigilia de Pascua: Es la celebración que queda enriquecida de modo más explícito con el simbolismo del fuego. La hoguera que arde fuera de la Iglesia y de la que se va a encender el Cirio Pascual remite intensamente al triunfo de la luz sobre la tiniebla, del calor sobre el frío, de la vida sobre la muerte. De allí partirá la procesión con su festivo grito: “Luz de Cristo”, y la luz se irá comunicando progresivamente a cada uno de los participantes.
El simbolismo de la luz está realmente muy aprovechado en el lenguaje festivo de la Noche Pascual. Pero en su raíz está el fuego que tiene sus direcciones propias y riquísimas.

Su Simbolismo Natural

El lenguaje del fuego tiene en nuestra sensibilidad humana y social, una interesante serie de sentidos.
El fuego calienta, consume, quema, ilumina, purifica, es fuente de energía. Es origen de innumerables beneficios para la humanidad, pero también destruye, castiga, asusta y mata. Es un elemento bienhechor pero a la vez peligroso. Un rayo o un incendio pueden generar calamidades enormes. Sin el fuego no podemos vivir, pero puede causarnos también la muerte. No es nada extraño que en torno a este misterioso elemento natural se haya creado todo un simbolismo:
-Para expresar la presencia misma de la divinidad, invisible pero fuerte, incontrolable, purificadora, castigadora,
-o para designar los sentimientos humanos, como la pasión, que está escondida pero que puede alcanzar una fuerza inaudita, para bien o para mal: el amor , el odio, el entusiasmo...etc.
-El fuego es también la imagen del calor familiar, el crepitar de la llama en el hogar ilumina la vida, ahuyenta el frío, da alegría y sensación de bienestar.

En la Revelación:

Para saber toda la densidad de significado que el fuego puede llegar a tener y lo que puede expresar también en nuestras celebraciones, no hay mejor medio que repasar, que de lo que él dicen el Antiguo y Nuevo Testamento.
Ante todo, el fuego sirve para expresar de algún modo lo que es imposible de expresar: la presencia misteriosa de Dios mismo en la historia humana. Recordemos el misterioso episodio de la zarza que arde sin consumirse (Ex 3). Moisés se acerca a un lugar que en seguida reconoce como sagrado, y oye la voz “Yo soy el Dios de Abraham...”.También es con el fuego con el que se simboliza el juicio de Dios, como el fuego que penetra a todo ser existente, lo pone en evidencia, lo purifica o lo castiga. (Véase: Dan. 7,10 ; Gen 19 ; Is 66,16)

LOS COLORES

¿Por qué y para qué los diversos colores en la celebración litúrgica?

El color como uno de los elementos visuales más sencillo y eficaces, quiere ayudarnos a celebrar mejor nuestra fe. Su lenguaje simbólico nos ayuda a penetrar mejor en los misterios celebrados:
“La diversidad de colores en las vestiduras sagradas tiene como fin expresar con más eficacia, aún exteriormente tanto las características de los misterios de la fe que se celebran como el sentido progresivo de la vida cristiana a lo largo del año litúrgico.” (Misal romano - IGMR 307)
Los colores actuales de nuestra celebración:
Actualmente el Misal (IGMR) ofrece este abanico de colores en su distribución del Año Litúrgico:

a) Blanco: Es el color privilegiado de la fiesta cristiana y el color más adecuado para celebrar:
-La Navidad y la Epifanía
-La Pascua en toda su cincuentena
-Las Fiestas de Cristo y de la Virgen, a no ser que por su cercanía al misterio de la Cruz se indique el uso del rojo. -Fiestas de ángeles y santos que no sean mártires.
-Ritual de la Unción
-Unción y el Viático

b) Rojo: Es el color elegido para:
-La celebración del Domingo de Pasión (Ramos) y el Viernes Santo, porque remite simbólicamente a la muerte martirial de Cristo.
-En la Fiesta de Pentecostés, porque el Espíritu es fuego y vida.
-Otras celebraciones de la Pasión de Cristo, como la fiesta de la Exaltación de la Cruz.
-Las fiestas de los Apóstoles, Evangelistas y Mártires, por su cercanía ejemplar y testimonial a la Pascua de Cristo.
-La Confirmación (Ritual Nº 20) se puede celebrar con vestiduras rojas o blancas apuntando al misterio del espíritu o a la fiesta de una iniciación cristiana a la Nueva Vida.

c) Verde: El verde como color de paz, serenidad, esperanza se utiliza para celebrar el Tiempo Ordinario del Año Litúrgico. El Tiempo ordinario son esas 34 semanas en las que no se celebra un misterio concreto de Cristo, sino el conjunto de la Historia de la salvación y sobre todo el misterio semanal del Domingo como Día del Señor.

d) Morado: Este color que remite a la discreción, penitencia y a veces, dolor, es con el que se distingue la celebración del
-Adviento y la Cuaresma
-las celebraciones penitenciales y las exequias cristianas.

e) Negro: Que había sido durante los siglos de la Edad Media el color del Adviento y la Cuaresma, ha quedado ahora mucho más discretamente relegado: queda sólo como facultativo en las exequias y demás celebraciones de difuntos.

f) Rosa: El color rosa, que no había cuajado en la historia para la liturgia, queda también como posible para dos domingos que marcan el centro del Adviento y la Cuaresma: el domingo “Gaudete” (3º de Adviento) y el domingo “Laetare” (4º de Cuaresma).

g) Azul: Con sus resonancias de cielo y lejanía es desde el siglo pasado un color privilegiado para celebrar en España la solemnidad de la Inmaculada, aunque en el misal romano no aparezca.